20 de julio de 2009

Un nuevo comienzo





Nos equivocamos los que creímos que el proceso político abierto en el 2003 tenía más capacidad de reinventarse a sí mismo. Pensabamos que los errores podían compensarse, apelando a la buena suerte que siempre había acompañado al gobierno y la tranquilidad que daba no tener rivales creíbles. Pero no. En una sociedad tan dinámica como la nuestra, nadie puede quedarse quieto y “leer” la realidad desde el 2003, el 2005, o siquiera desde el 2007.
Y no es que pasaran cosas imprevisibles. Muchas de las lecturas que se hicieron en la noche del 28 de junio ya estaban en los diagnósticos previos: el gobierno terminó confiando en una maquinaria electoral que no le pertenecía, en lugar de aprovechar sus mejores años para fortalecer la fuerza política que le provea de sustento en tiempos difíciles. Hoy suena hasta forzado usar el adjetivo kirchnerista para referirse a los diputados electos de algunas provincias donde ganó el peronismo. Por otro lado, al no haberse modificado la matriz económica del país, ahora aparecen condicionados por los sectores tradicionales que ganaron muchísimo plata durante estos últimos años, y se sienten con fuerza como para imponer la agenda.
Así, operar y alimentar la fragmentación política solo pudo hacerse hasta que distintos espacios políticos se propusieron un objetivo común, quitarse al gobierno de encima. Lo mismo cabe para la economía. Las retenciones y los controles de precios eran mecanismos de la crisis, y reflejaban una correlación de fuerzas propia del 2003, pero que no podía esperarse que se mantenga inalterada en el 2008. Es decir, la misma estrategia política exitosa de los primeros años no se ajustó con el cambio de las circunstancias.
Al mismo tiempo, tanto más grave que la pérdida de un capital político acumulado en años de gobierno, resulta la distancia con las demandas actuales del pueblo. En este punto uno puede acordarse de cuando a Menem le preguntaban por la desocupación y él respondía con el combate a la inflación. Lo mismo pasa ahora con los reclamos por la inseguridad y políticas microeconómicas de estímulo, que van más allá de repetir las cifras de las reservas internacionales o el superávit. También pasa por la pérdida de confianza y esa sensación general de que estamos ante un gobierno autoritario e imprevisible. Frente a eso, no valen los discursos ni los cambios de gabinete. Hace falta decir que se va a hacer en el tiempo que resta de gobierno, explicitar el plan, los objetivos. Ya se demostró que no alcanza con decir lo que se hizo en el pasado para generar esperanza en el futuro.
Quedan dos años y medio de gobierno, todavía es posible avanzar en un conjunto de reformas imprescindibles. Para eso habrá que acordar con miembros de la oposición, aunque no sean muchos los que tengan posturas constructivas y racionales.
Difícilmente el gobierno pueda capitalizar alguna medida. Todas serán percibidas como concesiones en beneficio de la gobernabilidad. En cambio, todo intento de fortalecerse será leído como atentatorio de la idea de fin de ciclo que parece extenderse socialmente.
Lamentablemente, la sociedad argentina está yendo hacia la centro derecha, quizá a contramano del proceso mundial que luego de la crisis financiera redescubrió el rol del Estado, luego de los excesos del mercado. Todavía depende del gobierno que la demonización de sus figuras no se extienda a algunas políticas acertadas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si sos un tipo común, llamame llamate, alica alicate.
Eva.