3 de marzo de 2012

Otra mirada sobre la minería



La historia de la inserción internacional Argentina desde 1810 puede dividirse en dos períodos bien diferenciados y uno que recién comienza. El primero abarca el recambio de metrópoli de Madrid a Londres, decisión empujada por la elite de Buenos Aires, que ya desde antes de la creación del virreinato había conseguido un intercambio beneficioso con los buques comerciales británicos, que traían ropa y demás elementos europeos, y llevaban de regreso cueros y minerales de las entrañas del Potosí.
En este periodo que duró casi un siglo y medio, se desarrolló una modelo dependiente en lo económico, político y cultural, en el marco de una relación asimétrica con el Reino Unido, en la cual ellos nos decían que producir, a cambio de capitales e inversiones para poner nuestros productos en el puerto. La elite dirigente, aún con la incorporación de sectores dominantes de provincias como Córdoba, Tucumán y Mendoza, era mayoritariamente porteña, con un sector hegemónico ligado al comercio rentista agrícola-ganadero. El último acto de ésta etapa y de esta clase dirigente por mantenerse en el poder a toda costa fue el Pacto Roca-Runciman de 1933, por el que la Argentina se comprometía a renunciar al desarrollo industrial, a cambio de mantener el volumen decrecientes de las exportaciones de carne al Reino Unido. Pero la metrópoli estaba herida de muerte luego de la primera guerra mundial y sobretodo a partir de la crisis mundial que comenzó en 1929.
La segunda etapa comienza entonces a principios de la década de 1930, y nos pone cara a cara con Estados Unidos, el antiguo adversario por el liderazgo panamericano. Su irrupción como superpotencia mundial luego de 1945, pero en especial su jefatura indiscutida en todo el continente americano supuso una pesadilla que intentamos superar durante 75 años. Como se ha dicho mucho, Estados Unidos no solo no compraba los productos agrícolas que producía nuestra elite, sino que era nuestro principal competidor. La elite que la remplazó, conducida por Perón, logró formular un modelo de desarrollo industrial e inserción internacional sobre la base de la sustitución de importaciones comenzada en la década del 30. De forma realista, y sin dejar de pertenecer al bloque occidental, Perón planteaba con su tercera posición un grado de autonomía a las experiencias pasadas, que significaba un replanteo de las alternativas que nos condenaban a una nueva relación asimétrica semicolonial. Pero la reacción de la elite agrícola-ganadera logró derrocarlo en 1955. Frondizi intentó llevar a cabo en 1958 un modelo industrialista más amigable a la metrópoli, abierto al capital internacional, pero también fue derrocado. Entre la década del 70 y el 2001 vivimos el peor de los mundos. El deliberado achicamiento del aparato industrial fue complementado por la valorización financiera como mecanismo de apropiación de capitales, rentas e ingresos. La deuda externa fue un mecanismo eficaz de subordinación de toda política económica que desafiara el reparto de tareas internacionales dispuesto por la nueva metrópoli.
El resultado de esta segunda etapa de inserción internacional de Argentina tuvo como reflejo procesos migratorios intensos del campo a la ciudad, crecimiento de la pobreza, exclusión, endeudamiento publico, estancamiento económico, inestabilidad política, dictaduras asesinas y gobiernos democráticos débiles. Además de las disputas por la conducción del Estado, nunca se consolidó una elite industrial que defendiera el proceso contrario al mandato internacional. Muchos vendieron sus fábricas y se convirtieron en rentistas financieros o agrícola-ganaderos, cuando a partir de la década del 70 y en especial en los 90, el país se sumergía en el neoliberalismo.
Si bien la explosión del 2001 supuso un fin de época, recién puede decirse que cambiaron de verdad las condiciones de la inserción internacional de la Argentina en 2005. Para ese año ya se habían recuperado los precios de las materias primas gracias a la demanda asiática, pero sobretodo el país había renegociado la deuda externa con una quita superior al 60 %. A los pocos meses, se le pagó el monto total adeudado al FMI. En apenas un año, el hábil mecanismo de coerción que había funcionado durante cincuenta estaba desbaratado. No es casual que el último acto de esta etapa ocurriera en noviembre de 2005, cuando a la propuesta de la metrópoli norteamericana de establecer el ALCA, un acuerdo de comercio libre panamericano, la Argentina y Brasil dijeran que no, un hecho inédito en nuestra relación bilateral que siempre estuvo marcada por la desconfianza.
Mientras tanto, el ascenso definitivo de China a la condición de potencia mundial termina de definir el inicio de la tercera etapa de inserción internacional de la Argentina. En la primera década del siglo XXI, el intercambio comercial de prácticamente toda Sudamérica con Estados Unidos, salvo Venezuela y Colombia, bajó a la mitad en términos porcentuales. Al mismo tiempo, en apenas 7 años, China se convirtió en el segundo socio comercial de Brasil, Chile, Argentina, Perú, y tercero de Venezuela y Colombia, cuando antes era el séptimo u octavo.
Si se observan las estadísticas es notorio ver que los chinos compran productos agrícolas y petróleo, como venían haciendo las anteriores metrópolis de los dos siglos anteriores. Pero la potencia asiática también demanda muchos minerales. De hecho, el principal producto de exportación de Brasil a China es hierro. En tanto para Chile es el cobre, lo mismo que Perú y el estaño de Bolivia. Pero el caso del Brasil es el más llamativo. Es tal la demanda de minerales de China, que Brasil reprimarizó sus exportaciones a dicho país, que pasaron de un 20 % de productos primarios, a un 80 % en apenas 8 años.
Ahora bien, ¿será la industria, la minería o lo agrícola-ganadero el protagonista de esta etapa? Al parecer son todas. La industria para el mercado interno en crecimiento, el mercado regional y países emergentes de todo el mundo. La agricultura para Asia y Europa que se pelean por nuestros productos y los empujan a la suba. Y la minería para los chinos. Se ha publicado que el 25 % de la inversión mundial en 2010 en minería se concentró en América Latina.
Esta es la novedad de la etapa. En nuestro caso, doscientos años de historia argentina están marcados por el predominio de las elites de la pampa húmeda por sobre sus hermanos pobres del norte montañoso. Millones de inmigrantes y el 99 % de las industrias que se ubicaron en las tierras fértiles y cerca de los puertos del litoral, desbalancearon definitivamente al país. ¿Pero que pasaría si ahora se pusiera en jaque el predominio de esta región del país?
Esto nos pone frente al modelo minero argentino y que esperamos de él. Desde ya debe reclamarse que se cuide el medio ambiente. Pero en la proporción que se les exige a las industrias de la pampa húmeda. Es hipócrita pedirle a la minería del NOA, Cuyo y la Patagonia que dejen de existir, mientras quince mil industrias vuelcan todos los días desechos tóxicos en el Riachuelo de Buenos Aires, en cuya cuenca viven diez millones de personas. Suela a elite pampeana que no quiere perder su hegemonía y le gustaría que el resto de país sea solo una postal turística. Del otro lado, es necesario hacer todos los cambios para que se reinviertan las utilidades de las empresas mineras, aumenten las regalías y beneficios para las comunidades locales y se consiga la asociación de las multinacionales con empresas locales. Nunca tendremos una burguesía minera si lo único que hacemos es subsidiar a las grandes multinacionales.
En definitiva, estamos frente a la chance de un nuevo modelo de desarrollo, que equilibre nuestro país como no ha ocurrido desde hace doscientos años, pero que al mismo tiempo permita plantear una relación mutuamente provechosa con la metrópoli asiática que demanda lo que producimos, al mismo tiempo que nos integramos como nuestros vecinos. Esto último nos va a permitir escapar de las tareas internacionales como imperativo ineludible, y volverá viable un proyecto diversificado de producción agrícola-ganadero, industrial y minero, que nos haga prósperos y fuertes, como para defender nuestros intereses y plantear objetivos globales como nunca lo conseguimos en toda nuestra historia.

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