27 de marzo de 2012

Los límites a la industrialización




El aumento de la demanda ha representado un freno claro y objetivo para todos los procesos económicos en la Argentina de los últimos 80 años. Frente al problema de no contar localmente con capacidad excedente en la industria para abastecer de bienes y servicios a la población, la oferta extranjera respondía con un aumento considerable, lo cual determinaba la asfixia de las cuentas externas del país. En general, ocurría que la oferta de bienes y servicios local tampoco podía responder a la demanda, porque necesitaba insumos, máquinas y energía que también eran importados y no se podían comprar por falta de dólares. El resultado cantado era una devaluación que servía para reequilibrar oferta y demanda, y bajaba las importaciones. Así el ciclo comenzaba de nuevo, y con salarios e ingresos más bajos que en el intento anterior.
Durante los últimos nueve años, el aumento del precio de la soja y demás materias primas supuso no una solución al problema, sino una postergación. Ganamos tiempo. Lo cierto es que la crisis financiera y económica internacional iniciada en 2008, dejó una secuela de bajo crecimiento por varios años en los países desarrollados. Esto ha generado tensiones comerciales por la colocación de excedentes de manufacturas, en especial de Asia, que ya no tienen mercado. La contracara se encuentra en la todavía baja capacidad de compra de la población China, que creció gracias a sus exportaciones, y ahora debería hacerlo en base a su mercado interno. Pero el proceso es lento y los chinos no están saliendo a comprar lo que dejaron de adquirir los europeos y norteamericanos.
En medio de este clima de creciente proteccionismo y crisis, la Argentina llegó al tope de su capacidad instalada en muchas cadenas de producción, y las importaciones vinieron a cubrir el faltante, poniendo en riesgo el superávit comercial. Lo bueno es que la soja está en U$S 500 la tonelada, con lo cual todavía tenemos margen para evitar una devaluación que vuelva a empobrecernos. Lo malo es que la Argentina tiene como nunca un sistema productivo trasnacionalizado, que no responde al interés general, sino a casas matrices que le piden a sus controladas no reinvertir aquí y enviar las ganancias para compensar el bajo crecimiento en sus países de origen.
Frente a este desafío, el crecimiento de la demanda ya no sirve como incentivo suficiente para acrecentar la oferta en la misma medida. Hay que sumarle otros mecanismos. El gobierno nacional eligió algunos. Exigió a grandes importadores exportar por el mismo monto en que importan. Pidió a empresarios nacionales y extranjeros integrar más componentes locales a productos que si bien se venden como argentinos, estaban integrados en un 80 % por material importado. Cerró la canilla del mercado de dólares incluso a la clase media y el giro de utilidades de las empresas. Intenta captar mayores porcentajes de renta minera y petrolera, para también paliar las cuentas provinciales próximas al déficit fiscal y busca el autoabastecimiento energético, dejando abiertas todas las opciones, incluida una reestatización de YPF.
Se sabe que la sangría de dólares para pagar la energía importada que las empresas petroleras no están produciendo en el país -porque especulan con su precio futuro- costó 10.000 millones de dólares solo en 2011. Eso es lo que vale YPF hoy. No parece tanto.
Como es natural, todas estas medidas tendrán consecuencias negativas en las relaciones bilaterales con países como España, Estados Unidos y Brasil, de cuyo origen son varias empresas que controlan mercados específicos en el país. En este contexto hay que evaluar la exclusión de la Argentina del Sistema Generalizado de Preferencias norteamericano, que aun con un pequeño efecto económico, puede ser leído como una mano dura comercial por parte de Estados Unidos, en un año de elecciones.


En definitiva, esta claro que todas éstas medidas tomadas por el gobierno, sumadas a las vinculadas al control de la inflación, intentan hacer frente al desafío de corto plazo, en la medida que maduran los demás componentes de lo que debe ser una estrategia de desarrollo industrial centrada en los recursos internos del país. Esto es, por ejemplo, promover la innovación, investigación y la adaptación de nuevas tecnologías que aceleren la productividad y mejoren las estructuras de costos. Pero, en especial, lo necesario es aumentar de manera drástica los créditos para la industria, de forma tal de perforar el techo de la capacidad instalada. Solo para tener una idea de la tarea por delante, en 2009 el Banco de Desarrollo de Brasil (BNDES) prestó por la suma de U$S 73.000 millones, un 9 % del producto brasileño. Claramente a nuestro Banco Nación e incluso al Banco Central Argentinos les falta mucho para ofrecer un incentivo capaz de mover la aguja en materia de prestamos para inversiones productivas, que compense el proceso de concentración y extranjerización que todavía existe en la Argentina.
El riesgo es que las restricciones que necesariamente generan un costo adicional en el corto plazo para productores y consumidores tengan un efecto contrario, y achiquen aun más la oferta, en lugar de conseguir aumentarla. En todo caso, el diagnóstico es el correcto, y habrá que esperar para ver si el remedio fue el apropiado.

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