7 de diciembre de 2009

El día después de mañana




Existe en la Argentina un conflicto de legitimidades. Mientras el Poder Ejecutivo goza de su mandato de cuatro años obtenido por el 46 % de los votos, las oposiciones, en sus múltiples variantes, triunfaron en casi todo el país en las elecciones de medio término. Cabe preguntarse en este punto para que están las elecciones de medio término, ya que desde el 83 a esta parte solo agregaron enfrentamientos entre los dos poderes. En Uruguay, por ejemplo, no existen.
Pero más que pensar en cambiar la Constitución, resulta más efectivo razonar que hacer con el dilema de un Congreso y un Ejecutivo enfrentados y legitimados por el voto popular. ¿Quien manda entonces en la Argentina: el Congreso o el Ejecutivo? Esta claro que en nuestro sistema presidencialista el Poder Ejecutivo tiene preeminencia respecto del Congreso y no hay que ponerse colorados por eso. Entre la capacidad de llevar adelante la gestión y dividir el poder para fortalecer los controles y balances, nuestra cultura, nuestra Constitución y nuestra práctica ha privilegiado al Presidente. ¿Está bien? ¿Está mal? Al que no le guste que vaya a llorar a la tumba de Alberdi, que de esto sabía bastante. Sin embargo, parece que de hecho se quiere cambiar lo escrito, con la idea de quitarle legitimidad de ejercicio a quien ejerce el Poder Ejecutivo actual.
Más aún, éstas oposiciones, como debería decirse, pues unificarlos bajo un concepto singular “la oposición” es una construcción de los editorialistas del domingo, simplifica la expresión electoral y se convierte en la exegeta perfecta dispuesta a “interpretar” al electorado que votó tanto a Néstor Pitrola como a Alfonso Prat Gay. Ese resultado lo traducen en un mandato bíblico: hacerle todo el mal posible al gobierno nacional. Su discurso es interesantísimo. El gobierno en adelante no podrá llevar adelante ninguna política sin consenso y diálogo con las oposiciones, porque así lo dispone la República; pero las oposiciones solo ejercerán el diálogo y el consenso con otros opositores, porque al oficialismo le perdieron la confianza.
Es tan hipócrita el planteo, que quienes alegaban que el gobierno tenía la suma del poder público, ahora que perdió la mayoría en las comisiones dicen que está derrotado y ya anticipan la implosión de lo que le queda de Poder. En todo caso, en algún punto medio de su falso discurso tiene que estar la República, porque si la contrapartida del poder absoluto es la implosión, entonces están reafirmando que solo se puede gobernar de esa forma, o simplemente especulaban con vencer al gobierno con una retórica vacía.
Frente a este diagnóstico, y sin una mayoría que pueda marcar el rumbo, los pronósticos políticos no pueden ser menos que negativos. Pero todo es tan dinámico.
La elección que tradujo en votos el sentimiento de que éste era un gobierno al que le faltaban límites fue la del 28 de junio. Eso ya pasó, ahora viene el 28 de octubre de 2011. Las oposiciones tienen que abandonar su competencia para ver quien dice cosas peores del matrimonio, porque en ésta nueva etapa, en la cual son mayoría, ya no rinde los mismos frutos que antes. Tendrán que reconvertirse rápidamente en opciones de gobierno. Seguramente muchos de ellos no lo lograrán y ya los veremos pelearse entre si por el botín del antikirchnerismo, acusándose mutuamente porque en su construcción de cara a las presidenciales aceptan fragmentos en fuga del universo K.
En este escenario hace su aparición la reforma electoral aprobada la semana pasada, que introduce elementos importantes que son interpretados a favor del gobierno pero que todavía no están claros. El objetivo declarado de combatir la fragmentación política parecería loable, aunque muchas de las modificaciones introducidas licuaron esa iniciativa. Hay que ver también si lo que quedo sirve para superar la situación actual y favorecer los acuerdos entre los partidos, dentro de los cuales hay matices bien diferenciados. A nuestro modo de ver, tenemos en el país tres tipos de partidos. Los Nacionales (la UCR y el PJ), los Parroquiales (MPN, Socialismo de Santa Fe, Pro y ARI Tierra del Fuego) y los Veletas (Pino, Coalición Cívica, Partido Nuevo de Córdoba).
Los Nacionales son aquellos con expectativas reales de llegar al gobierno nacional, tienen responsabilidades a cargo en gobiernos provinciales y municipales y tienden al acuerdo en función de la interdependencia y la alternancia democrática. Los Parroquiales son partidos (o expresiones de partidos nacionales, como Colombi o Zamora) cuyo abanico de relaciones va desde los acuerdos tácticos, hasta el chantaje por recursos. Su objetivo pasa por obtener mejoras para sus territorios a cambio del apoyo en políticas y leyes claves. Estos actores son naturalmente pragmáticos, suelen estar en contra de reformas profundas y vacían la política nacional para colocar su agenda local. También existen grises en razón de su vocación nacional, como el socialismo santafesino, o el Pro de Macri, que ganó hace dos años pero todavía no asumió el gobierno de la ciudad. En esta categoría se da el caso llamativo, donde en las elecciones se presentan como opositores del gobierno, pero son quienes permiten alcanzar mayorías legislativas oficialistas, convirtiendo derrotas en victorias.
Los Veletas son quienes van detrás de las encuestas, o peor aún, detrás de la agenda de los grandes medios. Esta categoría está presente en los fragmentos desprendidos de los grandes partidos, y en partidos nuevos que se presentan como apolíticos. No tienen demasiado arraigo territorial y se jactan de eso. Su lugar para hacer política son los sillones de los programas políticos. Y como no tienen responsabilidad de gobierno no tienen costos en sus cambios de rumbo. Incluso, cuando ganan elecciones ejecutivas, el partido termina rompiéndose entre los que gestionan y los que solo opinan.
Dicho esto, podemos ver que, a grandes rasgos, la reforma ayudará a alcanzar acuerdos estables con los Partidos Nacionales y los Parroquiales, para lo cual la ley hace bien en fortalecerlos. Eso evitará que su debilidad admita que se los coopte desde sectores concentrados o ciertas figuras compren sus apoyos en aventuras millonarias. Con quienes no se puede negociar es con los Veletas, y a ellos van las restricciones. El resultado de esta operación será un sistema político menos histérico y menos permeable a la presión de medios de comunicación y demás poderes concentrados.
En definitiva, y volviendo al escenario post 10 de diciembre de 2009, si algo va a darle continuidad al endeble acuerdo de las oposiciones va a ser terminar de hundir al gobierno y sus expectativas rereeleccionistas, con variantes que incluyen meter preso al matrimonio. Recién después de ese momento, virarán sobre su eje para pelearse entre si. En este punto, la postergación de la campaña hasta mediados del 2011 como introdujo la reforma electoral, con internas abiertas, obligatorias y simultáneas, nos hacen pensar en que Kirchner ya tiene planeada alguna jugada. O se cambia el apellido para evitar un voto en contra mayoritario, o el país vuelve a crecer pero al 15 %, o ensaya alguna salida electoral donde el sea el jefe político, pero no el candidato, cosa que no suele salir bien.
Pero quien sabe.