11 de marzo de 2009

La crisis y la soja




Nuestra generación está teniendo un raro privilegio: vivir una nueva época de la humanidad. El cambio que se estaba produciendo de manera lenta y anunciada se aceleró con la crisis y seguramente en diez años tendremos una economía con paradigmas distintos y una correlación de fuerzas políticas entre los bloques de naciones diferente a la actual.
Los países que hoy son los centros de la producción y consumo del mundo, y por consiguiente del poder de condicionar los precios y su volumen, dejarán de serlo. China e India ocuparán ese lugar. También aumentarán sus presupuestos militares y su desarrollo tecnológico.
Esto ya es sabido.
Lo que no está claro es cual va a ser el rol de Latinoamérica en ese nuevo sistema político y económico. Revisemos en todo caso lo que nos pasó en nuestros quinientos años de vínculo con el mundo. Ahí contamos con tres siglos de coloniaje, monopolio comercial asimétrico y sin representación en las cortes del reino. Nada de política y economía de expoliación.
A partir de 1820 vino la alianza de todo el subcontinente con la potencia oceánica hegemónica, Gran Bretaña, que nos propuso una distribución internacional del trabajo con ellos en el centro económico y político.
Nuestra tarea era producir materias primas, que se llevaban en ferrocarriles ingleses, alimentados con carbón inglés, para ser subidas a los barcos ingleses, después de pagar los seguros y demás transacciones financieras a los bancos ingleses. Nuestros gobiernos eran independientes, pero no se relacionaban entre sí, y mantenían un vínculo radial con el centro económico. Londres no permitía agrupamientos, ni hegemonías, incluso si quien la intentara fuera Estados Unidos.
En el período de entreguerras el Reino Unido fue sobrepasado por Estados Unidos en todos los rubros de producción y consumo, proceso que se tornó definitivo a la salida de la segunda guerra mundial. Como subcontinente, quedamos dentro de su espacio de influencia.
En materia económica, a diferencia de los ingleses, Estados Unidos tenía campo, tenía alimentos y no nos necesitaba. La niña mimada de los ingleses en la región, la Argentina, se cayó del mapa del mundo, y no hubo gobierno que pudiera remediarlo. Más aún, los europeos crearon en la década del 60 la Política Agrícola Común, que todavía representa un 50 % del presupuesto de la Unión Europea, para no depender de nadie para alimentarse o, en última instancia, comprarnos barato en razón a la abundancia de alimentos.
La industrialización y sustitución de exportaciones que intentamos a partir de la década del 30 no lograron dar el salto cualitativo por la estrechez de los mercados nacionales (no había integración regional), por no contar con capitales para grandes inversiones (las clase alta vivía en una sociedad privilegiada de consumo, nunca se formó la burguesía nacional) y la resistencia de Estados Unidos y Europa a realizar transferencias de tecnología industrial, o permitirnos innovar por nuestra cuenta.
En materia política, Latinoamérica fue dividida en dos por el Canal de Panamá. De allí para el norte hubo “patio trasero”, doctrina de la seguridad nacional, la CIA, la protección de los monopolios extractivos, y hasta hoy se perdió todo intento de forjar un proyecto de nación sin la tutela norteamericana, salvo el destacable caso de Cuba.
De allí para el Sur, hubo apoyo a dictaduras asesinas, doctrina de la seguridad nacional, CIA, aliados privilegiados con Brasil a la cabeza, y nada de “alianza para el progreso”.
No obstante lo malo, el desarrollo industrial insuficiente que tuvimos hasta, en algunos casos, los años 70 u 80, se ha comprobado muchísimo mejor y más inclusivo que lo que vino después con el neoliberalismo y la economía financiera post crisis del petróleo.
El bajón fue relativamente revertido a partir del 2002, cuando toda Latinoamérica vivió un crecimiento importante, con reducción de la pobreza y la desocupación, aumento de producción industrial y exportaciones. Mejoraron las variables externas y la relación entre Producto Bruto y deuda externa.
Esto se acabó. Estuvimos en este período breve cabalgando entre dos etapas del mundo, donde el nacimiento de una convivía con la que todavía no se había ido. Las dos combinadas permitían obtener ganancias que ya no van a volver.
Pues bien, una de las dos ruedas dejó de girar. La crisis financiera puso en evidencia la fantasía de sustentar el crecimiento en el crédito por parte de los europeos y norteamericanos. La destrucción de riqueza virtual operada en este año todavía se está calculando. Muchos países que estaban viviendo de rentas, se encuentran hoy en una situación sumamente difícil. Seguramente saldrán adelante, pero ya no serán ricos, estarán endeudados y sus niveles de consumo bajarán, por consiguiente también su influencia en el mundo.
A Hamburgo le pasará lo que le pasó a Venecia y a Rótterdam lo que le pasó a Alejandría. Así como el Atlántico reemplazó al Mediterráneo como eje de los flujos comerciales, lo mismo le pasará a Atlántico respecto del Pacífico.
A su vez, la configuración política inestable posterior a la caída del muro de Berlín no sufrió modificaciones, y los mecanismos establecidos por los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial (Fondo Monetario, Naciones Unidas, Organización Mundial del Comercio), están muy lejos ser capaces de enfrentar una crisis económica como la actual, y menos que menos una crisis política.
Mientras todo esto sucede, el gobierno chino acaba de anunciar la puesta en marcha en el país de una política para brindar ingresos a jubilados, desocupados y subsidios de todo tipo, además de un fenomenal plan de inversiones en infraestructura e inversiones en tecnología. Todo esto implica un cambio notorio en el modelo de desarrollo chino, que ahora dará más importancia al mercado interno, lo que implica elevar el nivel de consumo popular de 1.300 millones de chinos.
En términos económicos, le propondrán al mundo una nueva división internacional del trabajo donde Latinoamérica podrá romper la cadena económica y política que la mantiene atada a Estados Unidos y Europa desde hace cinco siglos, pero le ofrecerán otra más nueva para colgarse al hombro.
Los altos precios de las materias primas que ellos necesitan, en particular la soja y el petróleo, el cobre, el gas, y otros minerales, serán el estimulo para cerrar filas detrás de las nuevas condiciones, como lo fueron la carne, la lana, el café, el oro, la plata, el guano y el trigo durante el período de hegemonía británica. En tanto, así como Estados Unidos tenía alimentos de sobra, China e India tienen trabajadores de sobra, y van a intentar retener para sus habitantes todo el valor agregado posible, para poder darles empleo a sus casi 2.000 millones de habitantes.
Es decir, el ciclo se repite con todas sus oportunidades y amenazas. En Latinoamérica, los posibles beneficiaron de la nueva etapa de exportaciones de materias primas sin procesar, están presionando con fuerza contra todo intento de interferir con el negocio. La diferencia con 150 años atrás es que ya no somos pocos habitantes, sino más de 500 millones, y en ningún lado están diciendo que van a hacer con los 400 millones que sobrarían si se privilegiara una economía exportadora de materias primas.
El conflicto con el campo en la Argentina hay que entenderlo en esta clave política. Se trata de una expresión de la pelea entre un modelo que acepta la reglas políticas que se le imponen a la economía desde los nuevos centros de poder, frente a la opción de un desarrollo autónomo con base regional, que todavía, hay que decirlo, está muy verde. Ni el MERCOSUR, la UNASUR (Unión de Naciones de Sudamérica) o la CAN (Comunidad Andina de Naciones) están haciendo suficiente para profundizar esto, y puede que no quede mucho tiempo para hacerlo.
Si, en cambio, están actuando los gobiernos en materia política. Los primeros días de marzo de 2009 se conformó el Consejo de Defensa de la UNASUR, que se ocupará de trazar una estrategia de defensa común subcontinental. Allí se condicionó el ingreso de Estados Unidos (que luego de intentar boicotear la iniciativa pidió sumarse como veedor) a que primero cambie su política hacia Cuba. También se le dijo a Rusia que “por ahora” no seria admitida como veedora.