7 de septiembre de 2006

Argentina será nuclear o no cumplirá sus destinos



Por Federico Bernal *

La Argentina, un país que previo a las reformas estructurales y al proceso de privatización neoliberal de la década del 90, contaba con reservas certificadas de petróleo y gas natural por 14 y 34 años respectivamente, hoy cuenta con un horizonte de vida de apenas 8 años para ambos energéticos.

Pero la ausencia planificadora del Estado tuvo otras muy graves consecuencias: el 90% de las necesidades energéticas se satisfacen con petróleo y gas natural, esto es, una altísima dependencia hidrocarburífera. Asimismo, y en relación a las fuentes de generación de energía eléctrica, CAMESSA (2006) asigna a la térmica un 54,6%, un 41,2% a la hidráulica y sólo un 4,2% a la nuclear. Es importante apuntar que las centrales termoeléctricas se abastecen en un 95% por gas natural y que desde 1992 a la fecha no sólo no se construyeron nuevas usinas generadoras (de ninguna especie), sino que además se acentuó la dependencia en materia de generación termoeléctrica y su principal insumo, el gas natural.

En medio de este desértico panorama, por fin se divisa una salida. La reactivación del Plan Nuclear Argentino –abandonado en tiempos de Raúl Alfonsín, cuando su secretario de Energía era el Ing. Jorge Lapeña, y prácticamente desmantelado durante el menemismo–, marca la defunción de la política neoliberal en el área nuclear.

Ahora bien, ¿cuál es la importancia estratégica del reciente anuncio? En primer lugar, al basarse en el decreto Nº 10.936 de 1950 dictado por el Presidente Juan Domingo Perón, retoma su espíritu, innovación y designios primigenios. En segundo lugar, permite dar paso a la urgente diversificación de la matriz energética. En este sentido y de acuerdo a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y al IDICSO-USAL, se estima que la Argentina deberá incorporar unos 42.000 MW adicionales a los 24.080 existentes a finales de 2005, durante los próximos 18 años. Entre los anuncios del “Plan Energético Nacional 2004-2008” del gobierno, se destacan la incorporación al Sistema Argentino de Interconexión de unos 3.692 MW adicionales (la terminación de Yacyretá, Atucha II y de dos usinas de ciclo combinado).

Considerando el escaso horizonte de reservas, la escalada de los precios y la continuidad de una política nacional en materia de hidrocarburos que no generó más que perjuicios a la Seguridad Jurídica del pueblo argentino, advertimos la necesidad ineludible de comenzar hoy mismo la construcción en serie de nuevas centrales de potencia, pero que paralelamente disminuya drásticamente la dependencia hidrocarburífera. Ahora bien ¿qué tipo de usinas elegir? La construcción de una hidroeléctrica demora entre 10 a 12 años; la termoeléctrica entre 3 y 4 años, pero son las más contaminantes y amplifican la dependencia gasífera y petrolera. Las nucleoeléctricas, en cambio, son las menos costosas, con plazos razonables para su construcción y no emiten dióxido de carbono. La reactivación del sector nuclear constituye el primer gran paso en el logro de estos objetivos.

No obstante la urgencia mencionada, ¿deberá el Plan restringirse a la diversificación de la matriz energética? Responder afirmativamente sería dilapidar los cuantiosos beneficios que acompañan al desarrollo de la tecnología nuclear y su efecto multiplicador sobre la industria y las distintas áreas de la ciencia y la tecnología global.

Retomar fehacientemente los lineamientos originarios del Plan y movilizar con fuerza de Política de Estado la totalidad del Sector Nuclear Argentino será decisivo para el país. Entre las asignaturas pendientes –algunas reactivadas por el gobierno– se destacan: reimpulsar la ingeniería y operación de reactores nucleares de baja y alta potencia (CNEA, NASA SA e INVAP Sociedad del Estado); importar reactores de potencia con transferencia de tecnología (CNEA); el diseño y fabricación de combustibles nucleares (CONUAR SA, FAE SA y DIOXITEK SA); la minería del uranio, el control y regulación de su explotación con prohibición de su exportación (CNEA y ARN); el desarrollo de uranio natural y enriquecido, fabricación de insumos diversos y agua pesada (Centro Tecnológico Pilcaniyeu y ENSI Sociedad del Estado); manejo del combustible irradiado, seguridad radiológica y nuclear, remediación y protección integral del ambiente (ARN y Planta piloto para el reprocesamiento de combustible nuclear); formación de recursos humanos especializados para la investigación científica pertinente, básica y aplicada (Instituto Balseiro, Instituto Sábato, Centro de Estudios Nucleares, Hospital Nacional Roffo y Universidades Nacionales).

En suma, el Plan Nuclear deberá eliminar la atrofia tecnológica, científica e industrial del país, contribuyendo al desarrollo socioeconómico nacional y a la exportación de manufacturas de elevadísimo valor agregado. Sus máximos desafíos son, por un lado, reemplazar y superar el papel motor que en igual sentido tuvieron Gas del Estado e YPF Sociedad del Estado durante la mayor parte del siglo XX. Por el otro, servir como pilar estratégico en el proceso de integración energética sudamericana, aunando esfuerzos con el sector nuclear brasilero. La tecnología nuclear debe ser a la Argentina como los hidrocarburos son para Venezuela y el futuro energético regional.

Aprovechando la advertencia del genial escritor y político argentino Manuel Ugarte: “La Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos”, se abre en el umbral del nuevo siglo un dilema: “la Argentina será nuclear o no cumplirá sus destinos”.

* Bioquímico y biotecnólogo. Analista energético. Autor del libro "Petróleo, Estado y Soberanía". Conductor televisivo de "Conciencia y Energía" (Metro).